Son muy conocidas las siete etapas del duelo: Shock, negación, coraje, culpa, tristeza, miedo y aceptación. Hasta ahora he pasado por las primeras seis, pero algo tenebroso ocurre con la última. La palabra “aceptación” tiene diferentes connotaciones, el significado más usado tiene una correlación alta con la conformidad.
Estos meses han sido desgastantes para todos, prácticamente nuestros grupos sociales quedaron divididos justo por el centro de nuestra postura política. Hoy algunos cuantos podrán estar felices con el resultado de la elección, malo es que nunca pude tener una discusión con alguno de ellos. Ningún Priísta se acercó a comentarme sobre “lo bueno” de tener a Peña Nieto como presidente.
Después de las elecciones, mil pensamientos pasaron por mi mente, todos guiados por el coraje de la ventaja porcentual del PRI. Estuvieron los descalificatorios a los panistas: “Si en elecciones pasadas a ustedes se les dio el voto útil a favor de sus candidatos, en específico sobre el régimen Priísta (Fox vs Labastida) y el supuesto peligro a México (Calderón vs AMLO), ¿Por qué no nos ayudaron ésta vez contra lo que estábamos de acuerdo era la peor opción?”, “¿Por qué fueron tan ‘tibios’ como para no votar por Obrador?” No, Andrés Manuel no representa una opción disparatada y caótica. No sirve de nada cambiarles la opinión ahora, pero tampoco sirve de nada echarles la culpa a ustedes. Obviamente no la es. De hecho ni siquiera debería usar la palabra “panista”, ni siquiera deberíamos seccionarnos por partido político, pero bueno…
Después también pensé “Gracias, gente que anuló su voto. El simbolismo que otorga el voto nulo ante una elección en donde ya había un sesgo, seguramente era tan valioso como para no usarlo como una herramienta política de un cambio”. No, tampoco puedo quejarme con ustedes.
Podemos luchar por las irregularidades en el proceso electoral, pero el error verdadero no está ahí. No nos arrojemos culpas. La razón por las cuales el PRI ganó fue la descalificación que nos dimos unos a otros. La única reflexión que persiste en mi mente es el “¿Qué más pude haber hecho en esta elección?”
Es difícil hacer un argumento social sin caer en contradicciones, sobre todo si ahora mismo mi único motor político es lo que estoy sintiendo en estos momentos, así que permítanme explicarme de la única forma que conozco:
Las razones por las cuáles mi voto fue por Obrador fueron en principio por un argumento muy simple “quejarse sobre el gobierno es un indicador de la falta de alternancia política”. Como muchos otros, no estuve muy feliz por el hecho de que Ebrard quedó de lado en la elección, sin embargo me di cuenta de que eso no era del todo malo. No estaba de acuerdo en todas las propuestas de Obrador, pero había cuestiones clave en torno a materia social que me parecieron completamente acertadas y que son necesarias. Al final, el reflejo de un gabinete representaba un proyecto de nación que ya estaba construido. Se me fijó la idea de que cualquier otro estaría armando las cosas al “ahí se va”, creando y postulando cualquier cosa sin la gente necesaria para llevar de la mano al país. No, no vi nunca a Obrador como el menos peor. Obrador es mi candidato.
Lo digo porque, al final, en materia de propuestas, sí estaba alineado más con él. De hecho me asustaba un poco el hecho de que estaba más afín en cuestión de propuestas con Peña que con Josefina, pero eso se explica fácilmente por el péndulo político. Pero no sé si sepan ustedes, la elección no se puede definir solamente por las propuestas, hay muchas más cosas en juego que la forma en la que los políticos te venden sus ideas.
Lo que varios veían como un sentimiento “mesiánico” era su manera de explicar el despertar político de muchos jóvenes. Calificativos como “pejezombies” o “amloquitos” describían algo que claramente no entendieron. No, hay que hacer una correlación de eventos para entender que la posibilidad de tener una posición política dura no es mutuamente excluyente con seguir a un partido político o un candidato. Para algunos, la alternancia política significa democracia. Y de nuevo, los calificativos que nos dimos unos a otros fueron parte del porqué de nuestra necedad.
Ustedes conocen los métodos del PRI, eso es algo de temer. Creo que ni los propios priístas podrían decir que la imposición mediática, la represión o la corrupción son buenas. Al menos no si tienen cierto estándar moral, hay que entender que no todos somos desgraciados. El problema es alimentar a ese incendio con gasolina. ¿Hay algún priísta que pueda meter las manos al fuego a favor de esos métodos sin desviar el foco moral de la pregunta?
No, nadie puede ver todas las variables de la elección. No, ninguno de nosotros tenía todas las respuestas. Nadie tenía toda la información. Malo es que hay ciertas conductas déspotas que se alinean más con ciertas corrientes ideológicas. Ni modo, aquí nos tocó vivir.
Al final, el despertar político de muchos de nosotros sigue presente, el truco es cambiar el significado de “aceptación” por algo más dinámico. No, las elecciones no definen el futuro de un país, definen solamente una ruta de acción – está en el pueblo observar y criticar a cualquier gobierno, ya sea impuesto o elegido libremente. Finalmente la palabra democracia no acota sus funciones a un día cada seis años.